Es imposible hablar de comedia sin pensar en Molière, un autor que conectó completamente con el público en el siglo XVII, y sigue conectando en nuestros días. Nadie como él supo utilizar el humor como elemento comunicador. Lo que significó la caricatura para el dibujo, Molière lo fue para el teatro.

En un mundo en el que cuando enciendes la tele, hojeas los diarios o miras Facebook todo es miseria, crispación y miedo, mucho miedo… ¡Qué mejor que Molière para cambiar a mejor tu estado de ánimo!

En palabras de su director:

Un Molière siempre nos hace revisarnos, sus personajes son nuestras caricaturas, así que El enfermo imaginario me lleva a la pregunta ¿qué personaje de la obra soy yo? Ó ¿Con cuál personaje me esta describiendo Moliere?

Concretando en el Enfermo Imaginario. No seré yo él que intente convenceros del buen o mal hacer de los médicos, pero sí el que critique la utilización del MIEDO para someternos y hacernos cumplir las expectativas egoístas de otros. En este punto tenemos a nuestro protagonista, Argán, un hombre que goza de una enorme salud para aguantar todas las lavativas, medicinas y sangrías que sus médicos le prescriben y que acaba encerrado en un mundo donde se vuelve ciego a las sensibilidades de su familia e incluso al egoísmo de su mujer. Lógicamente, tanta preocupación por uno mismo nos hace olvidar a los que nos rodean y plantearnos verdaderos absurdos en nuestra vida.

Dar vida a esta obra fue un viaje trepidante donde el acento se lo llevó el ritmo, esencial para la comedia y la creación de personajes, claramente uno de los momentos más divertidos para un actor que se enfrenta a un Molière, así que dedicamos un tiempo generoso a investigar sobre ello. Y hemos de reconocer que fue un descubrimiento encontrar en las enfermedades un modo de acercarnos a estos “muñecos o fantoches de cartón y trapo, con groseros hilos, visibles a poca luz y al más corto de vista”, como define Jacinto Benavente a los personajes en Los intereses creados.